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La feria de muestras

Relatos eróticos | 8 Comentarios

Un relato erótico sobre la irrefrenable atracción sexual que sentimos en ocasiones hacia un desconocido, un relato hetero que espero disfrutes, y no olvides dejar tu opinión en los comentarios.

Cuando voy a una cena con desconocidos, no se muy bien donde sentarme.

Escogí el sitio al azar, y cuando me acomodé, me di cuenta que estaba rodeada de hombres.

El chico que estaba sentado a mí lado, me rozó la mano cuando me pasó la ensalada. Fue un roce ínfimo, pero no provocó reacción en mí.

Entonces me encontré con sus ojos. Unos ojos azules, limpios, llenos de vida. Su sonrisa aparecía al final de cada frase. Y yo no era capaz de dejar de mirarlo.

No era para nada el tipo de hombre por el que solía sentirme atraída. Pero la química es rara e inexplicable. Cada poro de mi piel parecía pedirme a gritos estar más cerca. En diez minutos un desconocido me atraía con una fuerza que me huracanaba la estabilidad.

Mi timidez me ruborizaba, o quizás el vino, que en las reuniones de trabajo parece verterse en cada copa como por arte de magia. Lo cierto es que cada minuto que pasaba, más notaba la presencia de la mesa que nos separaba.

Fui al baño, intentando que la turbación se fuera al lavarme las manos.

Cuando me volví a sentar tenía una tarjeta suya encima de mi servilleta. Es curioso, como gestos sencillos abren pautas de comunicación privadas, lenguajes secretos de entendedores mudos.

Me marché a casa con un montón de contactos valiosos para mi trabajo, y la sensación que había empezado algo, que no sabía ni como ni cuando se materializaría.

A la semana, estaba delante de ordenador, buscando vuelo para ir a Madrid, a la feria de muestras. Cuando llegó un e-mail.

Solo contenía una frase. Una sola frase. Una frase que disparó mi libido, me enjauló en el deseo y me hizo mirar en una sola dirección. La suya.

“¿Nos vemos en la muestra?”.

Los dos teníamos que asistir por motivos de trabajo, así que no era nada raro encontrarnos allí.

Le devolví la frase con una hora y un día.

Escogí la ropa interior para el encuentro, con esmero. Un tanga que tan sólo eran unas cuantas tiras plateadas atadas entre sí. El sujetador se quedó mirándome desde el cajón. El vestido negro que iba a llevar no lo necesitaba.

Al entrar caí en mi torpeza de no haber quedado en un stand concreto. Pero no me hizo falta pasear mucho. Estaba allí, mirando como una chica hacía su trabajo. Me cogió la mano y me situó justo delante de él, muy cerca, ni una palabra, ni un saludo, ni un par de besos de cortesía. Pude sentir su aliento en mi nuca. Su erección contra mí. Cuando terminó de mirar caminamos en silencio.

A pocos metros de nosotros estaba la puerta… y la salida se me presentaba como la mejor, necesitaba salir de allí.

Paseamos unos veinte metros y nos paramos en un stand. Parecía saber muy bien lo que quería. No dudo al pedirlo, ni siquiera se veía expuesto. No alcancé a ver lo que era.

Salimos a la calle. El aire fresco de la tarde me golpeo en la cara. Las personas paseaban ajenos a nuestro deseo, que por momentos era tan denso que se podría haber cortado al mover las manos.

Sacó algo de la bolsa. Y metió la mano bajo el vestido. Sentí algo frió, que entraba bruscamente dentro de mí. El dolor inicial se cuajó en un cúmulo de sensaciones, y provocó un grito quejumbroso y exasperado.

Mientras me besaba, sentía como lo que me había introducido vibraba y me acariciaba cada terminación nerviosa.

Me puso de rodillas. El suelo estaba húmedo. Empecé a lamerle despacio. No existía otro contexto. Ni la gente que pasaba, no demasiado lejos, ni siquiera el coche donde estábamos apoyados. Lo único que era capaz de ver era su cara de placer, mientras mi lengua subía y bajaba, mi boca se movía rítmicamente, primero por mi propia inercia, luego ayudada por sus manos, que marcaban el ritmo.

Cuando tuve mi primer orgasmo, mis piernas se tambalearon y me sujetó para que no cayera. Me levantó y bajo mi vestido hasta la cadera.

Alguien pasó cerca, y me tapó los pechos con las manos, fuerte. Nadie me había acariciado con tanta fuerza. Y nadie había cambiado el ritmo de las caricias tan rápidamente. El pasar de los pellizcos fuertes a las suaves caricias, hizo que solo sintiera ganas de una cosa. Sentirlo dentro.

Mientras se lo susurraba al oído, me sacó el vibrador y lo tiró al suelo.

Nunca había hecho el amor con nadie de esa forma, nunca había mirado a los ojos a nadie, hasta perderme en su orgasmo, sintiendo que el mundo se acaba ahí, que no queda nada mejor por descubrir.

Nunca había sentido a nadie moverse así dentro de mí, con la fuerza y rabia de una pasión que nace de nada y se convierte en un todo.

Mis gemidos se entrelazaban con los suyos, al igual que nuestro deseo contenido en lo que me había parecido una eternidad.

No dejamos de mirarnos ni un solo instante a los ojos.

Cuando sentí su orgasmo, como sus espasmos balanceaban mi cuerpo, rocé el borde de la inconsciencia. Sentí que mi cuerpo perdía la forma para convertirse en placer. Simple y llano placer.

Me llevé en la maleta un vibrador igual al que habíamos utilizado y su mirada. La de la primera vez que nos miramos, en la cena, guardada junto a los recuerdos que compré. Y la última. Cuando me separe de su cuerpo y supe que nunca lo separaría de mi memoria.

Es esta última a la que recurro para calmar mis ansias, desdibujando la línea de la realidad y fantasía…

Esperando que un e-mail, quien sabe, llegue algún día…

Un relato de M.F.

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